Despedida. (Alejandro Aura 1944-2008)
A pesar de saber que Alejandro Aura escribía poesía, no fue sino hasta que empecé a coleccionar la revista Gallito Comics, que encontré un epígrafe suyo en una historia sobre un México apocalíptico. Esos versos, que se me revelaron a mi como un manifiesto, se han quedado rondando en mi mente desde entonces:
Un día abandonaremos la ciudad de México
La dejaremos en pie y desierta
para que las conjeturas crezcan
Y nos iremos a fundar en otra parte
Nuestras maravillas.
Y así, después de mucho tiempo de no saber nada de Alejandro, descubrí que como yo, escribía un blog con sus poemas, reflexiones y andanzas que lo llevaban los viajes entre México y España. En esos momentos, acababan de hackear su página, pero afortunadamente todo su contenido estaba siendo trasladado a otra dirección.
En este mes, por azares del destino, me enteré de la muerte de su hija, y pensé en el inmenso dolor del padre, que tiene que sufrir la muerte del ser que ha engendrado. Tarde me enteré de su larga enfermedad y de su muerte. Y corrí a su blog, casi como si estuviera intentando visitarlo en el hospital, cuando uno sabe un familiar o amigo cercano se encuentra muy grave. Y encontré un sitio lleno de vida y de poesía, y de un legado que me hace pensar en mis propios días, en las palabras que me reverberan a pesar de las distancias, de los usos horarios, de las muertes. Un sitio que vale la pena visitar, para rendirle un homenaje a una persona que dedicó su vida a la belleza y a que otras personas disfrutaran de ese placer que se encuentra en las palabras y para escuchar, en su propia voz, su despedida. Adiós Alejandro Aura.
DESPEDIDA
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.
Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.
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